Desde el desván

Artículo primero



Un parque de capricho. Y sobre el papel pinta mal: los jardines de la finca de recreo de una aristócrata que quiso emular Versalles. Una relativamente pequeña finca ocupada con unos jardines versallescos casi de bolsillo; la finca va creciendo y se van incorporando diversos y muy dispares ajardinamientos; y para rematar el despropósito, “los caprichos”: una fortificación que no lo es, que es un juguete de mampostería de no más de un metro y medio de altura rodeada por su típico foso, en el que puedes mojarte la pantorrilla si llegaras a caer en él.

José A. Ruiz de Lara

Un parque de capricho. Y sobre el papel pinta mal: los jardines de la finca de recreo de una aristócrata que quiso emular Versalles. Una relativamente pequeña finca ocupada con unos jardines versallescos casi de bolsillo; la finca va creciendo y se van incorporando diversos y muy dispares ajardinamientos; y para rematar el despropósito, “los caprichos”: una fortificación que no lo es, que es un juguete de mampostería de no más de un metro y medio de altura rodeada por su típico foso, en el que puedes mojarte la pantorrilla si llegaras a caer en él; también, una pequeña construcción con apariencia de ermita, construida ya con apariencia de antigua, y unas ruinas levantadas ya como tales ruinas.

Y se puede continuar, con un palacio y un salón de baile que se quedarían cortos con el intento de emular la grandeza de Versalles, y una laguna y unos canales sin excusa de necesidad para navegarlos desde su embarcadero y poder llegar así al salón. Todo muy del gusto de la época, ideado y pergeñado para el entretenimiento de una aristocracia ociosa y pretendidamente grande.

Pero el tiempo, y probablemente también el abandono, lo han preñado de encanto; convertido es un parque entrañable, muy agradable de pasearlo, y muy agradable de fotografiarlo.

Hoy tenemos un parque singular, mayoritariamente paisajístico, de estilo ingles, en el que todo ayuda a que nos sintamos inmersos en un espacio natural o de ensueño, según nuestro estado de ánimo. La propia orografía y sus árboles centenarios, principalmente sus majestuosos pinos, le proporcionan su verdadero carácter. Y los “caprichos”, ahora sí, como curiosidades que nos van apareciendo medio escondidos entre la vegetación, contribuyen a crear una atmósfera de cuento. Incluso su tamaño, el del parque, y sus diferentes estilos, vienen a ayudar a que recorrerlo signifique un agradable paseo y la estancia en él nos proporcione una sensación de aislamiento y sosiego equiparable a la de encontrarnos en el interior de un inmenso bosque en un tiempo ya olvidado.

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  • Artículo segundo



    Un parque de capricho. Y sobre el papel pinta mal: los jardines de la finca de recreo de una aristócrata que quiso emular Versalles. Una relativamente pequeña finca ocupada con unos jardines versallescos casi de bolsillo; la finca va creciendo y se van incorporando diversos y muy dispares ajardinamientos; y para rematar el despropósito, “los caprichos”

    Y se puede continuar, con un palacio y un salón de baile que se quedarían cortos con el intento de emular la grandeza de Versalles, y una laguna y unos canales sin excusa de necesidad para navegarlos desde su embarcadero y poder llegar así al salón. Todo muy del gusto de la época, ideado y pergeñado para el entretenimiento de una aristocracia ociosa y pretendidamente grande.

    Pero el tiempo, y probablemente también el abandono, lo han preñado de encanto; convertido es un parque entrañable, muy agradable de pasearlo, y muy agradable de fotografiarlo.

    Hoy tenemos un parque singular, mayoritariamente paisajístico, de estilo ingles, en el que todo ayuda a que nos sintamos inmersos en un espacio natural o de ensueño, según nuestro estado de ánimo. La propia orografía y sus árboles centenarios, principalmente sus majestuosos pinos, le proporcionan su verdadero carácter. Y los “caprichos”, ahora sí, como curiosidades que nos van apareciendo medio escondidos entre la vegetación, contribuyen a crear una atmósfera de cuento. Incluso su tamaño, el del parque, y sus diferentes estilos, vienen a ayudar a que recorrerlo signifique un agradable paseo y la estancia en él nos proporcione una sensación de aislamiento y sosiego equiparable a la de encontrarnos en el interior de un inmenso bosque en un tiempo ya olvidado.

    Artículo tercero



    Pasa por ser uno de los parques más bonitos de Madrid, y para mí lo es; un parque de cuento, o mejor, de capricho. Y ya que ha salido, su nombre, “el Capricho”, es dado por la propia creadora de los jardines, la duquesa de Osuna, cuando en su tiempo tal acepción toma el significado de personal, muy personal, empeño propio. Ahora se habla de "caprichos" para referirse a las diferentes escenificaciones, porque parte de sus ajardinamientos y contrucciones deben tomarse como eso, escenificaciones. Pongamos que se podría llamar "El Capricho" por referirse a una de esas escenificaciones, a alguno de esos caprichos, llamarse así por uno en concreto de sus caprichos, sobresaliente del resto. Insto a los que lo paseéis, que decidáis sobre aquél capricho que podría dar nombre al parque. Yo ya tengo el mío.

    Exedra, plaza de los emperadores, parque de El Capricho, Madrid

    Exedra, El Capricho, plaza de Los Emperadores

    Es el siglo de las luces, es la España ilustrada, tiempos del neoclasicismo, a la espera de un romanticismo que llegó tarde y que poco más allá se mostró que en el Don Juan Tenorio de Zorrilla. En este contexto, el origen de estos jardines se debe a una mujer, la duquesa de Osuna, Josefa Alonso Pimentel, al parecer, contrapunto en mayor o menor medida a la banalidad imperante entre la aristocracia, a la frivolidad de las representantes femeninas de esa aristocracia, las más destacadas en su tiempo, María Luisa y la duquesa de Alba.

    De carácter progresista, la duquesa sería partidaria de la modernidad, de la industrialización, así se entende su cargo de presidenta de la sección femenina de la sociedad económica matritense, organización impulsora de esa industrialización.

    En competencia con Maria Luisa y la duquesa de Alba, quiso hacer de esta finca de su propiedad en el extrarradio de Madrid su Versalles particular, y dotarla de todos los elementos que pudieran atraer a aquella aristocracia.